Los vivos, los amantes, los rebeldes, los locos, los luchadores, los pasionales, los sensibles, los mágicos.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Hace frío, pero no llueve.

Los días se repiten hasta la desesperación. Uno tras otro, igual al anterior. Las cosas no van del todo mal, me aventuraría a decir que marchan bastante bien incluso; pero es el tedio, el maldito tedio que obsequia como secundario la monotonía.
Son las ocho pasadas, aunque ninguno de los tuyos ha llegado todavía. Desde la salida se divisa la marabunta de gente que llega hasta el final de la calle. El ébano les cubre el cuerpo y la mirada, miradas de miedo y desconfianza, porque a pesar de organizarlo por y para ellos, en este mundo sólo los ingenuos se fían de alguien. Y los finales de los ingenuos son propios de las novelas negras.
Ambiente hostil. Nervios y reconocimientos de reojo. Pasa un hombre con una gorra rojigualda y las mandíbulas se tensan mientras los puños se cierran. Falsa alarma. Respiren, señores.
¿Cuántos golpes han propinado y recibido esos cuerpos demasiado jóvenes? Cientos, miles. De cerdos, de anarquistas, de comunistas, de paredes, de maderos. Enumerar es absurdo. La rabia es lo que cuenta.
¿Cuántas guerras callejeras han terminado en sollozos en un rincón? Arrastrados bajo las llamas de un círculo vicioso. La espiral de la nada. Si roza el pie la línea de meta, vuelves al inicio. No. Seguimos esperando la revolución.
Hace frío, pero no llueve. Las botas, las bombers y las palestinas protegen del frío lo que la piel de las cabezas rapadas y con crestas no puede.
La policía nos asegurá que cortarán dos carriles de circulación y saltamos todos como locos la valla que no retenía en la acera. Nos agrupamos. Los que están en cabeza y sostienen los carteles comienzan a gritar consignas. Ya ha empezado. Los manifestantes corean las rimas con ardor. Los nervios, repito, siguen a flor de piel.
El cordón, o más bien barrera policial nos cerca. Han cortado la calle "para nosotros", pero no correrán ni el más mínimo riesgo. No olvidemos su aversión al caos, su pánico a la libertad de masas. Los nervios crecen un grado más. A nadie le gusta tener a los perros de la ley oliéndole el ojete.
¡Por fin llegáis! Nos metemos al tumulto, pero al poco rato nos dispersamos. Todavía no hemos vitoreado ninguna consigna.
Comenzamos a olernos, a observar al vecino, a ficharnos, a reconocernos. Con ese tío tuve bronca el Sábado pasado. La rubia de alante es la zorra de mi ex. Los que están a la derecha de los bucaneros le deben al Notas pasta de priva. Los nervios están camelándose a la violencia. 3, 2, 1...
Entonces, un repentino silencio acalla el murmullo. Se escucha únicamente una voz femenina distorsionada por un altavoz. Es Mavi, la madre de Carlos. Sus cuerdas vocales emiten sonidos fuertes que nos erizan la piel a todos. Comienza recordando a su hijo, el día que con apenas dieciséis años le obligaron a dejar de respirar. Luego clama justicia en esta democracia de palo, pidiendo que todo aquel ruin humano que se ha creído con el derecho de decidir sobre la vida de los demás, cumpla condena y castigo. Hace referencia también a todas las víctimas del sucio brazo fascista, las cuales, por cierto, no son pocas. Para finalizar, y como es habitual en ella, nos da las gracias a todos por acudir al acto un año más y honrar la memoria de Carlos. Dice que está orgullosa de nosotros porque no tenemos ni la conciencia sucia ni las manos manchadas de sangre. Dice que está orgullosa de que seamos antifascistas. Y nos pide, en un último quebranto de su voz de sirena, que continuemos la lucha.
La calle Delicias estalla en un multitudinario aplauso. Mavi permanece en su lugar. No derrama una sóla lágrima para que así, se muera de hambre el asesino y su séquito de ratas.
Hace frío, pero no llueve. Ha comenzado a soplar una brisa que ondea una bandera enorme serigrafiada. Carlos nos observa desde arriba en blanco y negro; mientras pegamos ramos de flores en el metro de Legazpi.




[Crónica del 11 de Noviembre del 2010, Madrid. NO PASARÁN]

martes, 9 de noviembre de 2010

Des mots

Palabras como obsesión.
Vuelan,
golpeándome en la sien.
Palabras como picaduras
venenosas.
Suaves, susurrantes.
Terrible angels.
Palabras que te escupo a la cara.
Las sudo a borbotones,
y tú ni las hueles, chaval.
Palabras
que quiero coger y atar.
Todas se escapan. Todas.
Se me olvidaba
que las palabras han de ser libres
para poder hacerme libre.
Mi historia es inmoral.
Anábasis.