Los vivos, los amantes, los rebeldes, los locos, los luchadores, los pasionales, los sensibles, los mágicos.

viernes, 18 de mayo de 2012

Fragmentos de La conquista del pan

"Emancipar a la mujer es libertarla del trabajo embrutecedor de la cocina y del lavadero: es organizarse de modo que le permita criar y educar a sus hijos, si le parece, conservando tiempo de sobra para tomar parte en la vida social."

"Sólo que, olvidando las lecciones de la historia, no nos dirán hasta qué punto ha contribuido el Estado mismo a agravar tal situación, creando el proletariado y entregándolo a los explotadores. Y olvidarán también decirnos si es posible acabar con la explotación en tanto que sus causas primeras- el capital individual y la miseria, creada artificialmente en sus dos tercios por el Estado- continúen existiendo."
PIOTR KROPOTKIN

Las mismas caras, los mismos gestos.

Les miré a los ojos y pensé:
-Sois unos desgraciados.


Time faces away
NEIL YOUNG

¿Qué grita tu espalda?

Acordes susurran
los versos
que te resignabas
a dolerme.
El jubón
aún huele a humo.
Y tu espalda...
todavía rehuye mi mirada.
Tenemos alas
que brillan
y se dibujan
infinitas
cuando salimos
a las calles oscuras de Madrid.

Juventud impuesta,
juventud amada.
Nos negamos a ser primavera
si no podemos luchar.
Porque es el único modo de
ser libres.
En una generación donde
ya no existen héroes
ni dioses- ni siquiera crucificados-
caemos en el llanto amargo del amor.
Amor que es todo,
amor del que no queremos
saber nada
por miedo a enamorarnos.

*************************************************************
Vacío los segundos
entre la bruma
de los días
más fríos de tu miseria,
y le ruego a la Luna:
"No, por favor,
esta noche no vengas."
Arde la tierra
de los filósofos,
psicoanalizo las miradas
que no suceden.

Y tu espalda...
terrible manjar
de carne jugosa.

Y tu espalda...
Dime,
¿qué grita tu espalda?

Le monde est á nous

Los Lunes y los Martes despuntaba el alba en inglés. Iba a una academia de pijos con sede en Gran Vía y práctica en Plaza de España. Me enrolé ahí por un timo. Un día me llamaron - ni siquiera sé de dónde pudieron sacar mis datos-, me ofrecieron una vacante y aparecí con mi mejor sonrisa. Un tipo cuarentón y medio calvo, con mirada de pervertido y de avaricioso tiburón, se intentaba ligar a mi madre mientras yo hacía la prueba de nivel. Casi sin darnos cuenta, ambas firmamos los papeles y nuestra cuenta bancaria perdió 7.000€.
Así que iba al edificio de Plaza de España casa semana, sin agobiarme por la puntualidad. El personal recelaba de mi descaro y mis compañeritas pijas de clase lo hacían de mi ropa desgastada. Todos eran una panda de estirados asquerosos. Sé que me veían como a una intrusa altiva e idiota. Pero, por primera vez en mi vida, me importaba una mierda lo que pensaran de mí. Con el precio que me hicieron pagar por la matrícula, deberían comerme el coño todos. La prepotencia del dinero.
Lo único que me gustaba del Cambridge era Stuart, mi profesor de conversación. Chaval londinense, rubio engominado, con un pendiente en el límite de su cartílago y una sonrisa de niño travieso manchada. Stuart había recorrido medio mundo. Nos contaba sus anécdotas de viajero durante las clases, pero también sus borracheras salvajes los Sábados por la noche en Madrid. Poco a poco descubrí que tenía un ingenio especial para el humor negro. También que adoraba el british punk y las películas de drama social. Un día, hablando de cine, me confesó que le encantaba La Haine. Acto seguido mojé mis bragas. Yo le dije que sentía una especie de fanatismo por La Naranja Mecánica y El Padrino. Y su mirada cambió. Cuando tocábamos otro topic y mis compañeras se reían de su propia ignorancia, Stuart me miraba buscando la respuesta correcta, y yo se la proporcionaba. Él giraba sus ojos y susurraba, aliviado, "thank you". Luego me decía, medio en broma medio en serio, que era su alumna favorita.
Un día tuve que cambiar una clase por culpa de los exámenes de Febrero. Sabía que no vería a Stuart, aunque ya me había resignado a su repentina desaparición hacía un mes y a aguantar a Caroline, una maruja americana xenófoba.
Serían las seis menos algo y me estaba fumando mi piti rutinario antes de entrar a clase. Entonces vi a un rubio trajeado discutiendo con un morillo en chándal. Se dio media vuelta. Era Stuart. Dibujó una sonrisa al verme y se sentó conmigo en el banco.
-¿Qué haces aquí?- dije señalando al tipo con el que discutía.
Stuart soltó una carcajada limpia.
-Pillar marijuana- respondió chapurreando español por primera vez-. ¿Quieres?
-No puedo. Tengo tutoría.
-No te preocupes. Hoy soy yo tu tutor. Come on, chick! It'll be funny.
Nos reímos a coro. Le di un cigarro y se lió un canuto magistralmente. En diez minutos entramos a la academia con la boca en "ese" y los ojitos rojos. Stuart se acercó a la chica de recepción y le pidió un aula. Su alumna ya había llegado. Nos dieron una en la planta principal, rodeada por un pasillo en constante movimiento. Entramos y Stuart cerró de un portazo.
-Bloody Hell! I hate this place.
-So why are you working here?
-I need the money. What about you? You're not the typicall pupil at all...
-Your boss cheated my mother.
-I see.
Volvimos a reír. La "marijuana" de Stuat hizo efecto. Hacía tiempo que no me pillaba un colocón tan agradable. Intentamos seguir el temario que me correspondía pero nos resultó imposible. Estallábamos en carcajadas cada dos segundos. Opté por distraerlo. Le pregunté que dónde coño se había metido. Me dijo que había estado preparando a un grupo para el examen oficial. "Empresarios gilipollas en traje", dijo" ojalá les suspendan." con una media sonrisa le dije le había echado de menos. Él me miró asombrado y con ternura me revolvió el pelo. "Yo también a ti, punkita."
Continuamos charlando de series, libros, del cierre de Megaupload. La conversación derivó en películas porno; pero no fui consciente de ello hasta que le describí con detalle la escena de una orgía de la última peli guarra que había visto y noté como se ponía rígido sobre su silla, y como, también, se le ponía rígida la polla bajo la tela gris de su pantalón. Me acerqué a él casi sin pensar y mordí sus labios ingleses.
-Hay algo que...- dijo con una mirada lánguida- Estoy prometido con una hermosa latina. Nos casaremos en Diciembre. La amo pero...
-Lo sé. Nos lo contaste el primer día.
-Creí que no me habías entendido.
-Hice como si no lo hubiera pillado, pero sí. No me importa, Stuart. ¿Tú qué piensas? No quiero obligarte a nada que no...
No pude terminar la frase. Me agarró del brazo y volvió a besarme.
-Sólo puedo pensar en ti desnuda, punkita.
Cerró las cortinas e intentó echar el pestillo, pero estaba roto. Me tumbó encima de la mese y arrancaba mi ropa como si le quemasen las manos.
-Espera- le frené-, hay algo que quiero que hagas por mí. Enséñame el tatuaje de tu brazo, ése que dices que no quieres que nadie vea.
-Tú misma.
Le quité la chaqueta y deslicé la camisa morada por su torso, tan pálido, como si de un velo y de una bailarina del vientre se tratara.
Su antebrazo blanco nuclear estaba manchado por líneas negras que rezaban
Every angel is terrible
Me miró gravemente.
-Es un verso de...
-Rilke- le corté, absorta en las palabras de su piel- La primera Elegía a Duino.
Se abalanzó sobre mí como un animal desbocado y susurró "You're so fucking amazing". Me besaba, acariciaba y lamía como un pobre loco. Su cuerpo palpitaba acelerado. El tránsito de gente por el pasillo, el morbo a ser descubiertos y el cumplir la fantasía de montármelo con un profesor me ponían a mil. Notaba cómo nos íbamos derritiendo a la vez. Estaba a punto de estallar.
-¡Fóllame, Stuart!- le rogué bañada en su saliva y su sudor.
Se colocó frente a mí, con su polla apuntándome como un fusil. Me tapó la boca con su mano y tras la primera embestida, me dijo:
-In English, please.

Género marcado. Semiótica de la Comunicación de Masas.


Ninguno de los hombres calzaba sandalias ni botas; sus zapatos eran oscuros, cerrados, cómodos y planos. No marcados, en fin.
La mujer tiene que escoger entre zapatos cómodos y zapatos que se consideran atractivos.
Aunque ninguno llevase maquillaje no se podía decir que los hombres iban sin maquillar en el mismo sentido en que se podría decir que una mujer va sin maquillar. En los hombres la ausencia de maquillaje no marca.
Me pregunté qué estilo podríamos haber adoptado las mujeres para ir sin marcar como los hombres. Respuesta: ninguno. La mujer no marcada no existe.
(Deborah Tannen, Las mujeres en el trabajo: el género marcado










lunes, 14 de mayo de 2012

Sensorial.

-¿Y cuando te quite la ropa?
-Será una dicotomía. Primero leerás poesía, luego la haremos.

                                                     Porque lo bello no es sino
el comienzo de lo terrible, ése que todavía podemos soportar;
y lo admiramos tanto porque, sereno, desdeña el destruirnos.
Todo ángel es terrible. 

miércoles, 2 de mayo de 2012

Introducción Cuentos de Eva Luna de Isabel Allende


Te  quitabas  la  faja  de  la  cintura,  te  arrancabas las sandalias, tirabas a un rincón tu
amplia falda, de algodón, me parece, y te soltabas el nudo que te retenía el pelo en
una cola. Tenías la piel erizada y te reías. Estábamos tan próximos que no podíamos
vernos, ambos absortos en ese rito urgente, envueltos en el calor y el olor que
hacíamos juntos. Me abría paso por tus caminos, mis manos en tu cintura encabritada
y las tuyas impacientes. Te deslizabas, me recorrías, me trepabas, me envolvías con
tus piernas invencibles, me decías mil veces ven con los labios sobre los míos. En el
instante final teníamos un atisbo de completa soledad, cada uno perdido en su
quemante abismo, pero pronto resucitábamos desde el otro lado del fuego para
descubrirnos abrazados en el desorden de los almohadones, bajo el mosquitero blanco.
Yo te apartaba el cabello para mirarte a los ojos. A veces te sentabas a mi lado, con
las piernas recogidas y tu chal de seda sobre un hombro, en el silencio de la noche que
apenas comenzaba. Así te recuerdo, en calma.
Tú piensas en palabras, para ti el lenguaje es un hilo inagotable que tejes como si la
vida se hiciera al contarla. Yo pienso en imágenes congeladas en una fotografía. Sin
embargo, ésta no está impresa en una placa, parece dibujada a plumilla, es un
recuerdo minucioso y perfecto, de volúmenes suaves y colores cálidos, renacentista,
como una intención captada sobre un papel granulado o una tela. Es un momento
profético, es toda nuestra existencia, todo  lo vivido y lo por vivir, todas las épocas
simultáneas, sin principio ni fin. Desde cierta distancia yo miro ese dibujo, donde
también estoy yo. Soy espectador y protagonista. Estoy en la penumbra, velado por la
bruma de un cortinaje traslúcido. Sé que  soy yo, pero yo soy también este que
observa desde afuera. Conozco lo que siente el hombre pintado sobre esa cama
revuelta, en una habitación de vigas oscuras y techos de catedral, donde la escena
aparece como el fragmento de una ceremonia antigua. Estoy allí contigo y también
aquí, solo, en otro tiempo de la conciencia. En el cuadro la pareja descansa después de
hacer el amor, la piel de ambos brilla húmeda. El hombre tiene los ojos cerrados, una
mano sobre su pecho y la otra sobre el muslo de ella, en íntima complicictad. Para mí
esa visión es recurrente e inmutable, nada cambia, siempre es la misma sonrisa
plácida del hombre, la misma languidez de la mujer, los mismos pliegues de las
sábanas y rincones sombríos del cuarto, siempre la luz de la lámpara roza los senos y
los pómulos de ella en el mismo ángulo  y siempre el chal de seda y los cabellos
oscuros caen con igual delicadeza.


ROLF CARLE