Los vivos, los amantes, los rebeldes, los locos, los luchadores, los pasionales, los sensibles, los mágicos.

domingo, 13 de marzo de 2011

Reminiscencias

Cuando pienso en mi infancia, la más tierna, me veo en el sillón de casa de mi abuela. Creo que fue la primera vez que tuve consciencia de que existía. Para ello, tuve que salir de mi cuerpo. Y allí estaba esa niña mofletuda, con el pelo ébano a tazón, mirándome a través de esos ojos grandes y curiosos de búho tonto.

*

Luego mi padre me cogía en brazos por la calle. Pataleaba y gritaba porque no quería ir al colegio. No me disgustaba el colegio en sí, pero me atemorizaba salir de ese pequeño mundo de cristal que habían construido para mí. Allí, yo era la pequeña déspota mimada, mis súbditos Barbies y padres. No me gustaba el colegio porque había más niños, más plebeyos, y la señorita Inmaculada me trataba igual que a ellos. Ya no era la reina.

Mientras pataleaba, mi padre me susurraba delicadamente. Era un hombre curioso mi padre. Perdía los nervios con facilidad, por cualquier nimiedad. Pero cuando yo me tornaba un huracán de nervios y lágrimas, él permanecía sereno, se volvía un roble y con sus ramas ásperas me calmaba. Al pasar por los ultramarinos del hombre, hacíamos un trueque: gusanitos si dejaba de llorar. Hecho. Luego fueron piruletas, gominolas de colores y bollycaos.

*

Dejé de ser la reina en el colegio, aunque conservaba rasgos de sangre azul. Conseguí la cajonera amarilla del gatito para guardar mis cosas. Creo que fue mi mayor logro. Por lo demás, bueno, digamos que no conseguía adaptarme del todo a la plebe que había ido a la guardería. Daba vueltas sola por el patio y me iba a la arena. Hurgaba con los deditos llenos de heridas y siempre encontraba objetos fascinantes de otras princesas. Diademas, horquillas, fragmentos de juguetes. Hasta un día encontré una Nancy desnuda. Volvía a casa con los bolsillos del baby llenos de arena y tesoros. Mi madre me echaba la bronca, pero luego decía que en vez de al colegio me iba a la playa, a buscar barcos pirata.

Los otros niños no sabían tratar conmigo. Eran crueles, sucios y ruidosos. Fui la primera en recibir un castigo severo, con nota a los padres de regalo, porque alguien me susurró una palabrota al oído y yo la grité en alto. Mi primer "¡Joder!" con sólo 4 años. Y todos los que vinieron después...

Las niñas eran maliciosas. Para entrar en su selecto club había que pedirlas permiso para jugar en el tobogán, pero era frío y gris, y me daba miedo. Las niñas se reían y cuchicheaban tras de mí. Las doncellas me veían como una dama trastornada, y así me verían siempre.

A los diez minutos de recreo llegaba la bestia, Desiré, que me pedía la fruta que mamá me daba para el almuerzo. Yo decía "No". Pero sus ojos se llenaban de furia y su nariz de mocos verdes, y la bestia se abalanzaba sobre mí. Salía corriendo angustiada, pero ella era más rápida que yo. Me alcanzaba, me empujaba y me tiraba de boca al suelo. Las rodillas me ardían y la manzana verde rodaba llena de tierra.

*

Conocí a un niño, de ojos y pelo negro, muy, muy, muy negro. Llevaba un baby verde oliva como el mío. Eran casi iguales, en su pecho, bordado con hilo ponía "Iván". Siempre llevaba gominolas que comía a escondidas. Un día, golosa reina caprichosa yo, le pedí una en la más completa ilegalidad. Se lo pensó y finalmente, titubeando, puso una fresa en mi mano.

-¿Dónde las compras?- pregunté

-En el Goloso.

-Yo compro allí todas las tardes.

Sonreímos. Gastamos los treinta minutos de recreo hablando del Goloso y de sus magníficas delicatessen azucaradas. Conectamos. Fue mi primera conexión con un chico y la más dulce. Pero a mí no me gustaba Iván como novio, me gustaba porque le pirraban las chucherías y veía las mismas series que yo. Nos hicimos amigos al instante. Lo comprendí cuando, al día siguiente, en la persecución angustiosa que sufría a diario apareció él con su pandilla y echaron a la ladrona de manzanas. Yo estaba en el suelo, llorando, cuando me hicieron parte de su grupo de amigos y me dijeron que me defenderían siempre. Ya era parte de la pandilla de Iván. Dejé de ser una reina, para volverme una pirata en ese grupo de niños quienes me acogieron como a uno más. Era la primera Niña Perdida en el cuento de Peter Pan. Jugábamos a luchas y a Power Rangers. Pero mi juego favorito era el de los piratas. El columpio de trepar y la rueda eran nuestro buque, y cuando nos adueñábamos de él, los demás niños tontos eran tiburones que había que espantar a pedradas.

Brechas y duras regañinas salieron de esos combates. Las profesoras de turno volcaban su ira en mí, pues "una señorita no tiene que dejarse llevar y hacer gamberradas con esos chicazos". Pero hacía tiempo que había dejado de ser una señorita y, la mayoría de las veces, esas gamberradas las ideaba yo.

A veces, mis amigos proponían que yo fuese la princesa que rescataban los piratas. Arrugaba en morro y me negaba en rotundo. Yo quería ser una pirata, no una princesa. Entonces ellos cedían a mis exigencias femeninas y, como compensación por la ofensa, cogían bolsas de gusanitos y escupían sobre ellas. Luego las restregaban bien contra el neumático. Sabían que me gustaba tener el barco pirata limpio antes de la batalla.

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