Se dice
del siglo XX que es la época de las grandes revoluciones femeninas: sufragio
universal, emancipación de la mujer, divorcio, acceso a la universidad y
puestos de trabajo anteriormente exclusivos de los hombres. ¿Pero qué ocurre con
nuestra naturaleza maternal? La polémica generada con la aprobación de la Ley
del Aborto, ha sacado a la luz voces en contra que dejan de ser opiniones
personales y que se convierten en ataques contra la dignidad femenina. Tanto
las relaciones íntimas como el embarazo, son factores que se reducen única y
exclusivamente al ámbito de la pareja, y en el segundo caso, al criterio de la
mujer. La situación laboral, personal, económica y los principios personales
son puntos determinantes a la hora de decidir si la mujer desea o puede acceder
a la maternidad, por lo que el resto de juicios de valor ajenos que se hagan
desde fuera carecen de sentido. En una sociedad moderna, democrática y libre
los debates de este cariz ni siquiera deberían ser planteados, por muy líder
religioso que uno sea. Si nos abanderamos con la concepción de igualdad que sea
de un modo real y legítimo: no dudemos de la capacidad del género
históricamente reprimido para actuar sobre el transcurso de su vida y de su
realización personal como buenamente le parezca.
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