Los vivos, los amantes, los rebeldes, los locos, los luchadores, los pasionales, los sensibles, los mágicos.

sábado, 29 de octubre de 2011

Su olor

Ése olor nauseabundo...
Una noche de todas las estaciones del año, como cualquiera de mi infancia, con los nervios de punta pues mis infinitos miedos e inocencia aún no se habían acostumbrado a la tragedia de por vida; conservaba cierta esperanza que, con el tiempo, se fracturó en un golpe indoloro.
Era de madrugada y dormitaba, alerta al más mínimo ruido. La oscuridad que tanto me aterraba inundaba mi cuarto, pero suponía la menor de mis preocupaciones en esos momentos.
Primero, un estruendo sordo de cristal en la distancia. Breve lapso de silencio que entonces me pareció eterno. Luego un tintineo metálico demasiado indeciso, o más bien, prolongado, culminó con el chasquido de la cerradura. Mi respiración se aceleró: el aire salía agudo y caliente de mi pecho de gorrión.
Unos pasos torpes, sin rumbo, se tropezaban continuamente en el pasillo, mientras las manos acariciaban la pared por querer sentir la gravedad.
Todo como cualquier noche. Hasta que llegó a las dos puertas enfrentadas.
Esta vez no abrió la puerta de la derecha. No hubo insultos, ni peleas de un amor homicida y desgarrado. No hubo súplicas, ni lamentos, ni sollozos desesperados. No hubo siquiera gemidos de pasión carnal.
Sentí su mirada en mi nuca, a través de la madera cerrada.
Giró tembloroso el picaporte y vi su silueta tambaleándose en el aluminio de la ventana. Se acercó con movimientos toscos al borde de mi cama y se paró a observarme. Yo estaba de espaldas a él, completamente inmóvil, arropada hasta la nariz. Cerré los ojos con fuerza y deseé con furia que se marchara. Tuve que contenerme para no estallar en un grito y en llanto. En ese estado me horrorizaba. No le veía como al padre que tantísimo quería e idolatraba, sino como al monstruo personificado de todas mis pesadillas.
Se agachó para besarme la frente pero, repentinamente, cayó como un peso muerto sobre la mitad del colchón vacío. Notaba su respiración densa detrás. Y ése olor... El olor vomitivo de su aliento de hombre, de alcohol y tabaco. El olor que suponía que debía de tener el último suspiro de los muertos.
No se movió ni un milímetro. Impregnando todo con ése olor de enfermedad incurable, terminal. Iba tan borracho que confundió su propia habitación con la de su hija. Iba tan borracho que cayó inconsciente en mi colchón.

>>La otra noche desperté sobresaltada por ése olor putrefacto. La misma habitación, la misma cama, el mismo olor. Pero esta vez no procedía de la boca de mi padre. Salía de mi boca. El olor a alcohol, a tabaco, a hombre, a enfermedad, a muerte, a descomposición emanaba de mi propio aliento. Y por un instante dudé si yo era él; si ya era demasiado tarde para salvarle, para salvarme.

 BettyturnsBlue

No hay comentarios:

Publicar un comentario